Adrian Bejan, profesor de la Universidad de Duke en Estados Unidos publicó un documento en European Review donde utilizó sus conocimientos en física para analizar esta compleja percepción temporal.
«Los días se vuelven más cortos, y también los años. Todos tenemos historias de este tipo, desde los largos días de la infancia hasta los días, meses y años de la actualidad que ahora pasan de manera borrosa. Me pregunté, ¿cuál es la base física de la impresión de que algunos días son más lentos que otros? ¿Por qué tendemos a centrarnos en lo inusual, no en lo siempre presente?», reflexionó.
Para responder a todas estas incógnitas, Bejan explicó que los humanos percibimos el tiempo de acuerdo a los estímulos que recibimos, es decir, a través de nuestros sentidos. Esto quiere decir que el tiempo real (el medido por lo relojes) es distinto al que ocurre en nuestras mentes, que se relacionaría a las imágenes (no sólo visuales) que obtenemos del mundo.
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Sabemos que la edad provoca cambios en el cuerpo de cualquier ser vivo. En este sentido, como dice Bejan en su texto, las redes neuronales se hacen más complejas y grandes por lo que requieren más tiempo para procesar el mismo número de imágenes que procesábamos en menor tiempo cuando pequeños.
Ya que los niños procesan muchísimas más imágenes que los adultos, ellos perciben el tiempo mucho más despacio que nosotros. Por otro lado, ya que hay detalles que no procesamos, sentimos que la vida nos transcurre más rápido.
«Las personas a menudo se asombran de lo mucho que recuerdan de los días que parecían durar para siempre en su juventud. No es que sus experiencias fueran mucho más profundas o más significativas, sino que estaban siendo procesadas a fuego rápido», explicó.